El pasado mes de mayo comenzaron unas protestas que constituyeron el grueso de las noticias españolas durante algunas semanas. Aún es pronto para saber cómo acabarán las cosas, debido, en mi opinión, a que quejarse siempre despierta más simpatía y apoyos que proponer cosas. Las propuestas siempre perjudican a alguien, las quejas no. Y, sin embargo, las quejas que no van más allá producen un pesimismo y un mal sabor de boca que influye en nuestra actitud cada día y, a la larga, en nuestra aptitud. Porque no es fácil seguir aprendiendo y mejorando sumidos en el pesimismo, y mucha gente se parará.
En el campo de la planificación, construcción y gestión de las carreteras también hay motivos para la inquietud, y sería bueno actuar antes de llegar a la indignación como única reacción (nunca es una salida). Las relaciones de la administración con los diferentes sectores ha sido lo que en análisis de organizaciones se llama top-down. Las decisiones se toman en la administración, se controlan mucho sus consecuencias inmediatas en los medios de comunicación, si se puede, y, sobre todo, se actúa sin una definición clara de cuál es el futuro que tendremos, que será, inevitablemente, una mezcla de lo que nos pase y lo que hagamos. Y tenemos que acostumbrarnos a atender la demanda, porque hasta ahora hemos dado una oferta, y a ver qué pasa. El ejemplo del AVE Toledo-Albacete-Cuenca (véanse los periódicos de los días 25 a 28 de junio de 2011) debería hacernos pensar: se hizo una oferta que no fue tomada. La respuesta adicional de ADIF de que la línea Madrid-Toledo “funciona como un tiro” sugiere que tampoco sabían qué esperar, simplemente tuvieron éxito.
El defecto más común en España es desear que ocurra lo que nos conviene (o, peor, lo que creemos que nos conviene). Los datos, entonces, nos fastidian, porque casi nunca avalan nuestras conclusiones (o, mejor dicho, preclusiones, porque se producen antes). Y somos como Schliemann, asignando a nuestros hallazgos un papel en la historia ya escrita. Pero peores, porque no perseguimos igual los sueños. Nos ocurre, en el mejor de los casos, como a él: descubrimos cosas, pero no son lo que creemos (Schliemann no descubrió la Troya que buscaba, de la que pasó de largo, destruyendo muchos de sus restos par air más abajo, ni a Agamenón, aunque demostró con sus hallazgos que la saga homérica estaba basada en rasgos culturales reales). Ese el mejor escenario, el peor es que no descubramos nada, por falta de persistencia , de imaginación o de voluntad.
Una estudiante norteamericana ganó una beca para estar en España un año, trabajando a tiempo parcial. Su idea inicial era estudiar cómo habíamos planificado las actuaciones de transporte y urbanización para afrontar el crecimiento brutal desde 1995 hasta 2008 (cuando ella vino). Cuando me planteó la pregunta, le dije que muy probablemente no encontraría ningún documento concreto, y así fue. Encontró algunas cosas sueltas.
¿Vamos a repetir esto en los próximos años? ¿Podrá decirse que construimos sin escenario futuro porque disponíamos de fondos y ahora, como no es así, apostamos a no crecer nada?
¿Qué hace falta? En primer lugar, para sobreponernos a la situación actual necesitamos una prospectiva abierta de qué futuro es deseable viable al mismo tiempo. En Alemania la proyección de necesidades de transporte dicen que para 2025 será preciso transportar por carretera el doble de toneladas-kilómetro de las que circulan hoy, y, en cuanto a viajeros, en Francia y en Alemania se espera que a medida que aumente el tráfico, la carretera aumente su proporción.
En efecto, querido lector, esto quiere decir que la proporción servida por el transporte público puede descender. Esta predicción puede sorprender , pero sólo a los que parten de posiciones predefinidas. A medida que aumenta la descentralización a todos los niveles, será más complicado servir la demanda de transporte con transporte público en rutas fijas. Es muy probable que los viajes que utilicen el transporte público comiencen (o terminen) en transporte privado, para acceder a la parada.
Necesitamos una transformación social profunda: dejar de quejarnos e intervenir en dibujar el escenario futuro, hacia dónde queremos ir, y dónde podemos llegar. Necesitamos que las administraciones empiecen a ser diferentes, y también los individuos.
Se dice que en el sur de Europa la gente no se fía del gobierno y los gobiernos no se fían de la gente, y suele ocurrir cuando cada parte oculta sus culpas y trabaja menos de lo que debiera. También ocurre porque se espera la crítica y no la colaboración. Las dos cosas se combinan con que no sabemos negociar, sino sólo cambiar cromos. Si nos dan una ventaja aprobamos lo que proponen, aunque no creamos en su contenido. Y suelen preferir comprarnos antes que modificar lo que traen. Desgraciadamente, todos los grupos políticos nos enseñan varias veces al año estos defectos. Cambian cromos, uno de fútbol por otro de motos, y no discuten cómo debemos terminar la colección.
Pero hay esperanza: que se abra el proceso de dibujar la foto futura, que no se juzgue ideológicamente a quien piensa diferente, y que podamos definir hacia dónde vamos. Negociando, no imponiendo. Cediendo, no criticando. Y asumiendo todos el resultado común. Cuando sepamos qué futuro es posible, sabremos cómo tenemos que prepararlo. Vamos a necesitar más y mejores carreteras, para camiones más largos (es difícil que crezcan a lo ancho y alto, por gálibos y pesos) y para coches más ágiles al frenar y acelerar (porque serán parcial o totalmente eléctricos). Y vamos a tener que aprovechar al máximo la capacidad de las carreteras. Pero hay que definir los objetivos. A ello, entre todos.
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